La Palma, bien conocida como “La Isla Bonita”, es una cuna ancestral de grandes artesanos, que han sabido adoptar las influencias de otras culturas conservando intacta la esencia propia de sus refinados productos.

No en vano la artesanía ha sido el sustento de muchas familias, que han ido transmitiendo la tradición de generación en generación, a través de la enseñanza oral y del trabajo compartido.

La industria de la seda tuvo un importante peso en la economía de la isla desde el siglo XVI cuando, tras su incorporación a la Corona de Castilla, se introdujeron las técnicas textiles de la época. El oficio era desempeñado sobre todo por hombres, aunque en la actualidad se halla exclusivamente en manos de mujeres. La seda y los bordados palmeros se exportaron profusamente a la Península y a Flandes, puerto que mantenía un tráfico comercial asiduo con el de Santa Cruz de La Palma, y gozaron de un enorme prestigio en Europa hasta que la moda cambió en el siglo XVIII, decantándose hacia el algodón y relegando la seda a un plano meramente representativo.

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